por Alfonso Valencia Ramos
La gastronomía siempre refleja la historia de la humanidad y que mejor escaparate que la Feria de las Culturas Amigas para hacer patentes los encuentros, las fusiones, los sistemas económicos mundiales y por qué no los símbolos de identidad que florecen en un platillo cuyos ingredientes, sobretodo en cocinas como la mexicana, no hubiesen sido posibles sin los encuentros de las culturas en el pasado, sin las redes comerciales establecidas allende las fronteras de la propia tierra.
Predecible pero no por ello menos sorprendente, la sección latinoamericana presente las coincidencias: la mistela del istmo versus la mistela hondureña, las enchiladas (potosinas, mineras, poblanas) contra sus primas las enchiladas centroamericanas, los trotamundos tamales que van variando su relleno conforme avanzan hacia las Pampas. Pero no sólo de coincidencias está hecha la América pues el chimichurri, la malanga y la feijoada reclaman su lugar único e irrepetible en el continente.
No obstante, los stands europeos muestran asimismo nuestra historia: esos deliciosos platillos italianos que no serían nada sin la aportación "mexicana" del xitomátl de la misma manera que la cocina latinoamericana abrevó de los ingredientes árabes. La lejanía de la comida africana no le impide mostrarse a los paladares mexicanos que se abren gustosos a una celebración de colores, texturas, sabores y olores que han acompañado a la humanidad a lo largo del globo terráqueo.
Aún queda una semana de feria que nos acerca la oportunidad de intentar nuevos sabores e ingredientes en un mismo lugar, una oportunidad de enriquecer nuestra cultura culinaria y halagar nuestros paladares.
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