Alfonso Valencia Ramos
COCINA PREHISPANICA II
Interesada en dar a conocer todos los aspectos de nuestro pasado prehispánico. La cocina y su razón de ser, la comida, son temas que destacan en especial porque reúnen importantes formas culturales. José Vasconcelos, citado por Alfonso Reyes, concluyó: “Una civilización que ignora sus sabores no puede ser una civilización completa”.
Los antiguos mexicanos fueron profundos conocedores de la naturaleza y tuvieron una relación armónica con ella. Esto se refleja sobre todo en sus conocimientos astronómicos, botánicos, medicinales, arquitectónicos y agrícolas, así como en su religión, artes, fiestas y en las costumbres que regían su ciclo de vida. Así, lograron un importante conjunto de sustentos para la autosuficiencia. En la milpa desarrollaron las plantas que hicieron posible una dieta equilibrada para la mayoría de los habitantes del México prehispánico. En ella, además de cultivar maíz (más de 40 razas), calabaza, frijol y chile, creció un sinnúmero de plantas, sobre todo quelites, e incluso pequeños insectos comestibles con gran cantidad de proteínas.
Los utensilios para preparar los alimentos fueron otra creación cultural importante. Así, de piedras para martajar se pasó a molcajetes y metates que permitieron un molido más fino, no sólo de semillas, sino también de vegetales y frutas. Jícaras de guaje y bules para transportar agua, ollas, jarras, vasos, copas y platos para comer y beber –con bellas y simbólicas decoraciones y con funciones específicas y ordenadas–, son signo de la elegancia y sofisticación de aquellas culturas.
Tenemos testimonios culinarios gracias a las fuentes históricas (códices y otros manuscritos) y a los restos arqueológicos que van de microscópicas muestras de polen y semillas a las osamentas de una amplia variedad de animales. Estos vestigios pueden encontrarse en antiguos graneros, en depósitos de concha, en basureros y en habitaciones, en las que datos como la ubicación de los fogones permiten recrear fragmentos de esa vida cotidiana que giraba en torno a la cocina. De especial importancia resultan los utensilios en que se preparaban y consumían alimentos, entre ellos los objetos de cerámica, como platos y ollas, y los de piedra basáltica, como metates y molcajetes. El notable desarrollo de las técnicas arqueológicas ha permitido analizar en detalle los restos orgánicos de distintos objetos y nos permite saber con qué se alimentaba el hombre prehispánico.
Otro aspecto valioso para arqueólogos y antropólogos es el estudio etnográfico de los grupos indígenas y campesinos que conservan claramente usos y costumbres centenarios. Al observar a estos grupos, los restos encontrados por los estudiosos adquieren sentido y amplían las posibilidades de reconstruir la vida de nuestros antepasados.
Los antiguos mexicanos fueron profundos conocedores de la naturaleza y tuvieron una relación armónica con ella. Esto se refleja sobre todo en sus conocimientos astronómicos, botánicos, medicinales, arquitectónicos y agrícolas, así como en su religión, artes, fiestas y en las costumbres que regían su ciclo de vida. Así, lograron un importante conjunto de sustentos para la autosuficiencia. En la milpa desarrollaron las plantas que hicieron posible una dieta equilibrada para la mayoría de los habitantes del México prehispánico. En ella, además de cultivar maíz (más de 40 razas), calabaza, frijol y chile, creció un sinnúmero de plantas, sobre todo quelites, e incluso pequeños insectos comestibles con gran cantidad de proteínas.
Los utensilios para preparar los alimentos fueron otra creación cultural importante. Así, de piedras para martajar se pasó a molcajetes y metates que permitieron un molido más fino, no sólo de semillas, sino también de vegetales y frutas. Jícaras de guaje y bules para transportar agua, ollas, jarras, vasos, copas y platos para comer y beber –con bellas y simbólicas decoraciones y con funciones específicas y ordenadas–, son signo de la elegancia y sofisticación de aquellas culturas.
Tenemos testimonios culinarios gracias a las fuentes históricas (códices y otros manuscritos) y a los restos arqueológicos que van de microscópicas muestras de polen y semillas a las osamentas de una amplia variedad de animales. Estos vestigios pueden encontrarse en antiguos graneros, en depósitos de concha, en basureros y en habitaciones, en las que datos como la ubicación de los fogones permiten recrear fragmentos de esa vida cotidiana que giraba en torno a la cocina. De especial importancia resultan los utensilios en que se preparaban y consumían alimentos, entre ellos los objetos de cerámica, como platos y ollas, y los de piedra basáltica, como metates y molcajetes. El notable desarrollo de las técnicas arqueológicas ha permitido analizar en detalle los restos orgánicos de distintos objetos y nos permite saber con qué se alimentaba el hombre prehispánico.
Otro aspecto valioso para arqueólogos y antropólogos es el estudio etnográfico de los grupos indígenas y campesinos que conservan claramente usos y costumbres centenarios. Al observar a estos grupos, los restos encontrados por los estudiosos adquieren sentido y amplían las posibilidades de reconstruir la vida de nuestros antepasados.
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